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segunda-feira, 6 de julho de 2009

Los cuernos del ministro.

La imagen estaba ayer en todas las portadas de los periódicos y la televisión portuguesa la emitió una y otra vez. El ministro de Economía, Manuel Pinho, vino a llamar cornudo a un diputado sin necesidad de pronunciar dicho adjetivo. Bastó un gesto, dos dedos junto a la frente, para que se armara la marimorena en el Parlamento portugués. Hay que reconocer que tenía gracia la expresión del ministro dispuesto a empitonar al diputado comunista Bernardino Soares. Porque éste fue el causante de su enojo. La reacción de la clase política fue casi unánime: que pida disculpas y dimita. Y el jefe de Gobierno, José Sócrates, que no está precisamente en su mejor momento, acabó por entregar la cabeza de su ministro.

¿Hay para tanto? Depende. Para una mente biempensante como la del presidente de la República Portuguesa, Aníbal Cavaco Silva, lo que hizo el ministro Pinho es un asunto grave porque atenta contra el respeto a las instituciones, "principio sagrado de la democracia". Dirigentes políticos de distinto signo, izquierda y derecha, criticaron sin paliativos al protagonista del incidente.

A la hoguera!, vinieron a decir. Y todo por unos simples cuernos. La única voz discordante en la condena monocorde ha sido precisamente de uno de los personajes más controvertidos de la política portuguesa: Alberto João Jardim, presidente del Gobierno regional de Madeira, 30 años en el poder. Este dinosaurio acostumbrado a decir cuanta impertinencia le viene en gana, sin preocuparse en exceso por el respeto o la falta del mismo, es el único que se ha tomado a cachondeo los cuernos del ministro. Jardim ha dicho que, en el Parlamento de Madeira, sus señorías pueden despacharse a gusto sin riesgo de tener que dimitir.

Un político puede ofender de palabra, pero no de obra? Lo de Pinho fue un gesto, que a algunos puede parecerles excesivo. Pero ¿qué pasa con los insultos, gritos y pataleos que se escuchan en Parlamentos como el italiano, la Cámara de los Comunes o el Congreso de los Diputados? ¿Tendrá razón el diario I, que resume el ademán del ministro dimitido como una traición a lo que debe ser la política: valoración de lo esencial y devaluación de lo anecdótico? Un sincero mea culpa habría sido suficiente.

 

 

 

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